miércoles, 22 de diciembre de 2010

Una fantasía para Navidad

¡¡No he podido resistirme a la tentación!! Había pensado escribir una entrada hoy sin que aparecieran en ella las palabras "Navidad" o "lotería". Sin embargo, no he podido evitarlo y, para poner el título de estas líneas, mis dedos se han lanzado hacia las teclas de la ene, la a, la uve, la i, la de, la a y de nuevo la de. Será que no podemos escapar del ambiente y las circunstancias que nos rodean.

Con todo, no os espantéis y no huyáis, seguid leyendo. Esta entrada, en realidad, no va a tratar tanto de la "Navidad" como de la "fantasía". Y aquí utilizo el término "fantasía" en todos sus sentidos, los más imaginativos y, por qué no, los más lujuriosos.

Hacia esta última vertiente, la de la lujuria, van dirigidas las fantasías de una de mis amigas. Lo cierto es que la chica no es nada vulgar; es más, me atrevería a decir que es bastante distinguida. También tiene un trabajo nada vulgar (asistente de dirección) en una gran empresa. Su coche es un Smart, que como su nombre indica, es bastante exclusivo. Y su pareja, que también tiene, destaca por ser a la vez señorial y delicado. Pues bien, mi amiga me confesó que tenía fantasías (ya sabéis de cuáles, y quizá sea por verse rodeada de tanta finura) con un butanero. Cuando me lo confesó en una de nuestras noches de "mujeres unidas de fiesta" casi tuve que preguntarle qué era un butanero, porque me parece que es una especie en extinción. De hecho me parece que para ver una bombona de butano hay que alejarse bastantes kilómetros de Madrid o de cualquier gran ciudad.
No voy a negar que el secreto de mi amiga me produjo cierta perplejidad (me niego a utilizar una expresión que suena tan mal como "me quedé ojiplática"), pero no quise darle demasiada importancia. No obstante, algo debió de quedar en mi subconsciente porque, pocos días después, me sorprendí teniendo una fantasía yo misma. En este caso no se trataba de un butanero, sino de otro gremio que también va uniformado. Y hoy, como estamos cerca de Navidad, he decidido que os la voy a contar, en parte para ver si consigo que así se cumpla.
El momento de la fantasía en sí se produjo cuando iba al volante de mi coche (¿recordáis a mi querido Citroën C-3?), callejeando por Madrid para intentar atajar. Era una calle estrecha, con coches aparcados a ambos lados, y con un solo carril para circular. Tenía delante de mí dos o tres coches. Y, por delante de ellos, un autobús. Y ahí vamos, al autobús. Como estábamos parados ya unos minutos intenté averiguar, visualmente, el motivo del pequeño atasco: no había ningún semáforo, ni un paso de peatones con personas esperando para cruzar, no se apreciaba ninguna señal de accidente,... Y entonces, esforzando la vista un poco, lo vi. Allí estaba él, el conductor del autobús. Rondaría los treinta y pocos. Era moreno de piel y llevaba el pelo corto, también oscuro. Tenía puestas unas gafas de sol Ray-Ban de aviador, que le daban un aire canalla y seductor al mismo tiempo. Por la ventanilla sacaba su musculado (no musculoso, eso me da un poco de grima) brazo, en un gesto despreocupado. Pude ver que estaba cobrando o entregando tickets a la gente que, en larga cola, accedía al autobús, al tiempo que su brazo izquierdo fuera de la ventanilla, jugueteaba dando golpecitos al enorme espejo retrovisor. La cantidad de gente que subía al autobús era considerable, de forma que tenían que bajar de la marquesina de la parada del autobús, y situarse también en el ensanchamiento o arcén que los ayuntamientos, en parte para justificar los Planes E contra la crisis, están instalando en casi todas las paradas.
En este contexto tuve mi fantasía, que fue profunda y casi religiosa, como diría alguno por ahí: por un momento me imaginé, vívidamente, que el sexy autobusero se dignaba a apoyar sus dos poderosas manos en el volante y a colocar el dichoso autobús dentro del arcén habilitado para que suban y bajen los usuarios del transporte público. De esa forma, con total seguridad, evitarían esperas inútiles e injustificadas a tantos conductores/as que, como yo, tenemos que perder nuestro tiempo inútilmente porque a ellos no les da la gana estacionar como deben.
Desde aquí pido al cuerpo de butaneros que hagan realidad la fantasía de mi amiga; y también, claro está, pido al cuerpo de autobuseros que, como gesto de buena voluntad en estas entrañables fechas, ¡¡paren correctamente los autobuses y no lo hagan como les sale de las Ray-ban!!

jueves, 16 de diciembre de 2010

Día 7 de marzo

Con el paso de los años, la verdad, se relativizan muchas cosas. Y una de las que van perdiendo peso es la importancia que, social y personalmente, otorgamos a ciertas fechas. Por ejemplo, no va conmigo eso de ser feliz porque toca y es Navidad; ni el corazoncito rojo con un "te amo" porque es 14 de febrero; tampoco me atrae ya lo de disfrazarse para poder entrar en un local de moda porque es Carnaval; por no decir ya lo poco que me afecta el día de santa L., mi patrona personal.

No obstante, hay una fecha que creo que sí voy a reivindicar a partir de ahora: el 9 de marzo. Está muy bien que, cronológicamente, suceda al 8 de marzo, que es una de las celebraciones que sí me parecen importantes, el día de las féminas currantas. Pero es que, además, el 9 de marzo fue declarado por el Congreso"Día de los desaparecidos sin motivo aparente".
Vaya por delante esta aclaración de total solidaridad con todas las familias que han sufrido la desaparición de un ser querido sin que, aparentemente, haya una razón que lo justifique. Esa situación de angustia debe de ser terrible en el día a día. Lo que pretendo hacer en esta entrada del blog es dar un paso más en esa advocación del 9 de marzo y centrarme en un hipotético día de los desaparecidos virtuales sin motivo aparente y voluntariamente.
Porque ¿de qué sirve no registrarse en Facebook y demás familia para evitar encontrarte, aunque sea virtualmente, con el inadaptado amigo de la adolescencia del que saliste huyendo cuando descubriste que la vida no está tan mal después de todo, o con la creída y orgullosa líder de la pandilla de amigas que pensaba que el orbe giraba a su alrededor, o con la colega del trabajo que era una trepa y no dudaba en pisotearte con su más seductora sonrisa ante la mirada babosa del jefe? Es que yo no quiero volver a encontrarme con según qué gente. Y el sólo hecho de verlos en una fotografía en el monitor de mi ordenador me produce un malestar inimaginable. Eso por no entrar en las profundides sentimentales que implican los ex- que me han dejado y a los que he dejado de malos modos.
El colmo de este absurdo insoportable es, por ejemplo, que algunos familiares míos (por lo tanto tan "Gantes" como yo) me escriban explicando eso de que "por facebook me ha escrito un/a tal XXXXXX preguntando por ti, ¿le doy tu email?". Pues NO, NO y mil veces NO. Así que ya sabéis, Gantes del mundo: soy una desaparecida sin motivo aparente, pero con muchos motivos de otro tipo. Y si alguien quiere saber de mí, que me busque en mi blog, porque es lo más cerca que quiero estar de algunos especímenes que me he cruzado por la vida. Quizá sea el momento de solicitar al Congreso la declaración del Día Anti-FacebooK o Anti-Redes Sociales. ¿Qué tal el 7 de marzo?

jueves, 9 de diciembre de 2010

¿Igual que descubrir una cana?

Debe de ser algo así como la Corín Tellado de los anglosajones. El caso es que en los últimos cuatro o cinco años, con una distancia cronológica de año y pico entre una y otra, he leído con entusiasmo tres novelas de Rosamunde Pilcher.
Nunca me ha interesado ni gustado lo que podríamos llamar novela rosa. Incluso soy de la opinión de que es un género que, hasta cierto punto, ofende a la mujer por la representación que hace de ella. De ahí viene mi terror al darme cuenta de que este año he vuelto a caer en la piedra que, periódicamente, me tiende Rosamunde Pilcher. Ser consciente de esta debilidad se ha convertido en un suplicio similar al descubrimiento de una cana en mi melena. El caso es ése, que este año he leído "Los buscadores de conchas" y, anteriormente, "Septiembre" y "El regreso". Y lo peor de todo: ¡¡os recomiendo que leáis alguna (en especial las dos últimas)!!
Ahora viene la parte complicada, porque tengo que intentar razonar qué le veo de positivo a estas novelas. Partamos de la base de que sólo albergaba sospechas de la vinculación de missis Pilcher con la novela romántica... hasta que el dios Google me lo confirmó mediante la intercesión de la santa Wikipedia. Si leéis alguna de estas obras veréis que el lenguaje edulcorado y arquetípico es el que asociamos a la novela rosa. Sin embargo, la definición de los personajes femeninos, me parece, es bastante más fuerte y progresista de lo que cabría esperar en este tipo de literatura.
Uno de los aspectos que más me llama la atención en lo que he leído de esta autora es el valor que le concede a lo cotidiano, a los gestos y las acciones del día a día tales como preparar una comida, arreglarse para acudir a una reunión de negocios, elegir un ramos de flores, conducir de regreso tras una dura jornada de trabajo, organizar un encuentro con amigos,... Las prisas de nuestro día a día actual nos impiden casi siempre darnos cuenta del alcance de nuestras mismas acciones. Esa reivindicación de Pilcher me llega profundamente.
Y otro factor determinante en estas novelas, no sé si será característica común de este género, es la imagen de la casa, del hogar, como referencia absolutamente necesaria para sentirse parte de un algo mayor, de unas raíces que más que atarnos nos sujetan y sirven de amarre para no perecer en las embestidas que nos proporciona la vida.
No sé si me atrevería a desvelar oralmente ante nadie esta inclinación de lectura, porque... ¿quién de nosotras no utiliza un tinte o unas mechas para ocultar sus canas?

jueves, 2 de diciembre de 2010

Se acabó el pastel

Siempre me ha gustado Meryl Streep. Hasta cierto punto, dejando a un lado sus increíbles dotes como actriz, puede que me sienta identificada con ella. Por supuesto que me gustaría más sentirme identificada con Michelle Pfeiffer, pero entre esta rubia y yo hay un abismo, no serviría de nada negarlo. No creo que Meryl Streep haya sido nunca una mujer guapa ni sexy ni atractiva, pero sí que tiene la capacidad de parecer guapa, sexy y atractiva ("La muerte os sienta tan bien", "Vida y amores de una diablesa", "La decisión de Sophie",...). Por esa línea ando yo. No voy a tirar piedras sobre mi propio tejado diciendo que soy un adefesio, porque para nada sería cierto. Pero sí es verdad que conozco a más de una que es más guapa, sexy y atractiva que yo. No obstante, haciendo honor a la realidad, debo reconocer que tengo la capacidad, como Meryl, de simular que soy guapa y atractiva (lo de sexy ya es más subjetivo, aunque de vez en cuando lo intento, claro).
El hecho es que Meryl Streep me parece una actriz estupenda y una gran mujer. Soy aficionada al cine y, desde muy jovencita, he seguido su carrera, como la de tantos otros actores y directores. Pero con Meryl Streep hay algo especial, quizá porque ha interpretado a mujeres tan dispares que resulta imposible no sentirse cerca de alguno de sus personajes. Sus cimas, en mi opinión, "Mamma Mia", "Memorias de África", "Los puentes de Madison", "Enamorarse", "El diablo se viste de Prada", "Postales desde el filo" y... "Se acabó el pastel".
Y es ésta última precisamente la que elegí anoche para volver a visonar. La vi cuando la estrenaron en el cine, en 1986. Por aquel entonces, os aseguro, mi corazón no había sufrido tanto como el de Raquel, el personaje central de la película. Y pese a esa diferencia de edad y vivencias entre Raquel y yo, me fascinó la forma como prepara el pastel que da título a la película y lo arroja al rostro de Jack Nicholson (sin duda otro de mis grandes del cine, aunque también me queda lejos cronológicamente, no os vayáis a pensar...). Hay escenas estupendas en esta obra de Mike Nichols, como las dudas de Raquel justo antes de su boda, vestida ya de novia y con los invitados esperando; o las canciones que entonan ella y Mark (el personaje de Nicholson) cuando le comunica que van a ser padres; y sobre todo la escena en la peluquería cuando Raquel, escuchando la conversación de una peluquera que le explica a otra los indicios por los que ha descubierto que su marido le es infiel, asocia ideas y llega a la terrible conclusión de que su Mark también la está engañando.
Si no habéis visto esta película, vedla. Y  si ya la conocéis, volved a verla. Pasaréis un buen rato y os daréis cuenta de que hubo un tiempo en el que no todo estaba bien ni era correcto, un tiempo en el que no se podía aceptar todo a cualquier precio, ni todo era absolutamente relativo. Cualquier tiempo pasado... ¿fue mejor?