jueves, 25 de agosto de 2011

JMJ...P

Tengo que darme prisa en colgar esta entrada en el blog, o de lo contrario voy a quedar fatal escribiendo sobre un acontecimiento tan pasado. Me admira enormemente el hecho de encontrar blogs que son actualizados con intervalos de tiempo tan breves. Debe de ser que mi vida es demasiado complicada por aquello de ser mujer y andar en la treintena, supongo.
Pero centrémonos y vayamos a lo que tenemos que ir. En realidad, el que ya se ha ido es el Equis Uve Palito, que no es un prototipo de coche híbrido sino el ¿apodo? que han utilizado algunos peregrinos, dicen que con buena fe y cariño (aunque me cuestiono esos sentimientos a tenor del nombrecito) para referirse a BenedictoXVI (ahí lo de la equis, la uve y el palito: ¿se le habrá ocurrido a algún lumbrera producto de la LOGSE que no controla bien eso de los números romanos).
Pues eso, que ya se ha ido. Y con él se ha llevado la prohibición de circular por gran parte de las vías más importantes de Madrid, sin tener demasiada consideración hacia los habitantes de la capital. Cuando comento esto siempre hay quien dice que el tráfico también se corta en otro tipo de eventos. Sí, claro, pero para pocos eventos se corta durante una semana. Porque Equis Uve Palito llegó un jueves, pero desde el lunes ya estaban montados y en funcionamiento todos esos escenarios dignos de un concierto de Madonna o de U2. No digamos ya lo de las restricciones de tráfico en autovías como la A2 y la A6.
Con todo, no le quiero quitar mérito a los logros del Papa, reuniendo a más de un millón y medio de personas para escuchar sus palabras. Claro, que ya me gustaría a mí que ese mismo millón y medio de fieles se parase a leer un poquito más profundamente la doctrina que predica la Iglesia en determinados asuntos, o algunas de las encíclicas e incluso libros publicados por Ratzinger (¿soy la única que se queda con las ganas de decir eso de “Ratzinger Z”, en honor de “MazingerZ”?). Tampoco estaría mal que todos juntos, ese millón y medio, siguieran los preceptos que marca la santa institución y, por ejemplo, ejercieran la confesión que exige la Iglesia. Es que, sinceramente, por mucho confesionario que hubiera montado en El Retiro, la verdad, no me salen las cuentas y me da que no pasaron todos por allí. Por otro lado, evidentemente, no voy a dejar de ensalzar a los “papaflautas” (como les han llamado con poca buena fe y menos cariño, me temo) frente a los “perroflautas” de hace unas semanas por su civismo, su cuidado, su comportamiento y su saber estar, tratando con el máximo respeto la ciudad de Madrid.
Junto a todos estos razonamientos, las JMJ también me han proporcionado imágenes que tardarán mucho en borrarse de mi memoria. Recuerdo que un canal de televisión, en uno de los muchos momentos dedicados a toda esta cadena interminable de eventos, nos ofreció la visión bochornosa de una monja, no muy mayor, saltando y cantando sobre un tablero, como si estuviera poseída por el espíritu de Teresa Rabal. O la de católicos más cercanos a la madurez que a la juventud que no tenían el menor reparo ni el menor sentido del ridículo al entonar canciones sositas y guitarreras tipo Ella Baila Sola mientras hacían una serie de movimientos coreográficos más amanerados que los del Aserejé de las Ketchup. Supongo que su condena será volver a visionar esas imágenes dentro de unos años.
Con todo, lo que más me ha quemado las entrañas es comprobar que la JMJ en realidad era la JMJP. ¿Que qué es la P? Pues mi impresión es que la Jornada Mundial de la Juventud ha pecado (elegido el término con clarísima intención) al convertirse en Jornada Mundial de la Juventud Pija. Sí, pija en la peor acepción de la palabra. Tengo constancia, por fuentes directas, de que algunos peregrinos que venían de países lejanos han llegado a pagar más de 1500$ para acudir a este evento. ¿Está justificado? ¿Cada uno hace con su dinero lo que le da la gana? ¿Nada que objetar? Lo siento, yo sí tengo bastante que objetar en que haya personas de Ecuador o Bolivia (casos que conozco de primera mano) que han gastado ese dinero sólo en el billete, sin incluir todas esas gorras, camisetas, mochilas, pañoletas,… que se han llevado consigo. Los defensores de esta Jornada, al decirles esto, sacan a relucir que la comida, los alojamientos y el transporte se les facilitaba de forma gratuita. Pero vamos a ver, que tontos no somos: si la JMJP ha dejado en Madrid los millones de euros que dicen que ha dejado, será porque quienes han venido se han gastado esos euros, ¿no? Eso implica que quienes han venido, en una proporción importante, son los ricos o pijos o pudientes o adinerados o acomodados o como quieras llamarlo del país de turno. Y eso, el extraño vínculo que une Iglesia y clase pudiente, tan diferente de lo que era en su origen, es lo que más sospechoso me sigue pareciendo, y lo que ha seguido dejando patente la JMJ.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Un posado, una gorra de beísbol y una máquina de café

Este año ha pasado un tanto desapercibido, y eso que durante los últimos veranos eran muchos quienes afirmaban echarlo de menos. Sí, este año hemos vuelto a tener posado veraniego de Ana Obregón. Me he enterado de refilón, por la prensa escrita, así que no he tenido ocasión de escuchar los agudos comentarios con los que suele describirse semejante evento. Seguro que recordáis frases como “es ridículo que haga eso, si ya casi tiene sesenta años” o “se va a asfixiar de tanto meter tripa”. Críticas parecidas habrán podido escucharse en programas de televisión en boca de tertulianos que sobrepasan los cien kilos de peso o tertulianas que tenían hijos mayores de edad en la época de Naranjito, pero aún así se atreven a criticar a cualquiera por todo.
Ana Obregón no es santo de mi devoción, aunque le reconozco su gracia. Como personaje público le sobran humos y le faltan saber estar y sentido del humor. Y como artista tampoco es que tenga una carrera muy digna. De hecho, ha quedado en la memoria colectiva por su estilismo perjudicial para la salud oftalmológica ajena y por ser una de las presentadoras de televisión más gritonas.
Todo esto viene a cuento de que, aunque el posado de Ana Obregón roce el ridículo, me duele que no se mida con el mismo rasero a otros personajes, sobre todo si son masculinos. Vamos con un ejemplo.
Hay por ahí un autoproclamado escritor (que no acaba de comprender que escribir es algo más que aporrear un teclado) que ha hecho gala de un atrevimiento mucho más punible, bajo mi criterio, que las poses de la Obregón en las aguas mediterráneas, e incluso que el de Cayetana de Alba. Imaginaos a alguien que es capaz de plantar en la solapa de uno de sus libros una fotografía suya en la que aparece ¡¡con una gorra de béisbol!! Cuando me regalaron el libro y vi semejante esperpento di por supuesto que el caballero en cuestión era calvo. Gracias a internet tardé bien poco en descubrir que, efectivamente, Federico Moccia está bastante calvo. Nada en contra de ese hecho natural que algunos hombres saben convertir en un gran atractivo. Lo que me provoca una sensación cercana a la náusea es el intento inútil por parte de este señor para esconderlo. Mucho meternos con Ana Obregón, pero nadie ha dicho nada de esta foto, que os aseguro es mucho más grave.
Claro, que después de ver la foto me dediqué a leer el libro. Y entonces comprendí por qué Moccia tiene tan poco pudor intentando engañar acerca de su apariencia: es un ente completamente superficial y frívolo. Pude terminar la novela haciendo un esfuerzo de voluntad enorme comparable a la preparación de un examen de fin de carrera, porque “Perdona si te llamo amor” es mala a rabiar. Mala la forma de escribir, mala la puntuación, malas todas las historias innecesarias que introduce, malos los personajes que aparecen y mala cada una de sus seiscientas veintisiete páginas. Le sobran seiscientas. Con las veintisiete restantes habría bastado para narrar la esencia de la novela, si es que tiene esencia.
No voy a hacer un análisis de la novela, porque no es mi especialidad y tampoco es el objetivo de este blog. Pero no puedo dejar de asombrarme ante lo estereotipado de los personajes principales: una joven de diecisiete años con un alma libre que consigue enamorar a un treintañero que se cree profundo y filosófico porque escucha canciones de Lucio Dalla y Robbie Williams. Vamos, que si hubiera puesto también la letra de “Hoy quiero confesar” de Isabel Pantoja hasta habría quedado bien y todo. Es que esas son dos de las referencias culturales más destacadas que puede incluir el pobre Moccia, no llega a más. Se pasa media novela citando letras de canciones pop italianas de los ochenta y los noventa, y títulos de películas como “Armas de mujer”. Lo más sorprende es que todos los personajes se saben las letras y los diálogos de memoria y pueden introducirlos acertadamente en sus conversaciones espontáneas e improvisadas. Su engreimiento llega a cotas tales que se cita a sí mismo. Sí, de verdad, introduce en algunos diálogos títulos de otras novelas suyas. Impensable, vamos.
En el fondo “Perdona si te llamo amor” es un fraude del mismo calibre que la foto del autor que la acompaña. No he quiero, ni quiero, ni querré acercarme de nuevo a ninguna otra novela de este italiano petulante, aunque por desgracia hay mucha gente que sí lo hace a juzgar por las ventas de sus libros. Pues a mí que no me busquen haciendo cola en ningún sitio para que me firme uno de sus libros. Antes de eso prefiero coger mi cámara de fotos y hacer un reportaje fotográfico a mi Ana Obregón que, siendo como es, gana en profundidad y sinceridad al escritor con apellido de máquina de café.