Se me va el mes, estoy viendo que se me va el mes, y no acabo de encontrar un rato para sentarme a escribir. Lo cierto es que mayo está resultando más complicado de lo que cabía esperar. Está habiendo una serie de acontecimientos notables que están coincidiendo estas últimas semanas, como la llegada de los exámanes, la celebración de las comuniones, las compras extra que implican esas comuniones o el cambio de ubicación de la ropa de temporada. Y, al mismo tiempo, debemos seguir el ritmo de los quehaceres más cotidianos, como hacer la compra, planchar, poner la lavadora, cocinar,...
El problema es cuando tienes que elegir entre dedicar tus energías a un acontecimiento notable ( =compras) o a un quehacer cotidiano (= la compra). Evidente, y también erróneamente, al verme en esa disyuntiva, elegí el acontecimiento cotidiano. Error. ¿Consecuencia? Pues que me encontré descubriendo que mi nevera estaba vacía justo antes de ir prepararme el almuerzo para llevar al trabajo. Y así, sin más opciones, salí disparada hacia una empresa que tenía que visitar en una zona no tan alejada como desconocida para mí. El conflicto se presentó a la hora de comer, claro. Y, vistas las opciones que había por esos lares, decidí entrar en un súper para hacerme con una ensaladilla y un algo más. Allí estaba yo, intentando elegir entre la provenzal o la italiana con jamón, cuando me asaltó el descubrimiento. Para asegurarme de que era real y que no se trataba de una ensoñación me dirigí rápidamente a la sección de los yogures con el convencimiento de que, si no estaba allí, era seguro que no existía. Efectivamente, no estaba, por increíble que resultara.
Con cierto pánico me dirigí a una de las chicas del súper y le pregunté con pretendida ingenuidad: "Perdona, pero ¿vosotros no tenéis marca blanca? Es que no he visto ningún producto...". No me dio tiempo a terminar cuando la señora (de cerca resultaba más acertado denominarla "señora" que "chica") me explicó, con bastante orgullo, que su cadena de supermercados, aunque menos poderosa que otras, apostaba por las marcas porque una marca "garantiza la calidad y el mantemiento de los puestos de trabajo". Asentí sin acertar a cerrar la boca completamente y volví sobre mis pasos para, finalmente, optar por la ensaladilla provenzal.
Después recordé que hace un tiempo, no tanto, hubo en televisión una campaña de promoción de las marcas "de toda la vida". Y fue cuando me asaltó la duda final: ¿quién fabrica las marcas blancas? Resulta que las marcas conocidas, según la señora del súper, garantizan los puestos de trabajo. De ahí se deduce que las marcas blancas no los garantizan. Debe de ser entonces, por lógica consecuencia, que las marcas blancas se fabrican solas, sin que ningún trabajador tenga nada que hacer a lo largo de su proceso de recolección, envasado, fabricación,... Así que, en conclusión, las marcas blancas deben de ser muy malas, malas malísimas. Y, si me apuran, apuesto a que son las responsables últimas del aumento del desempleo en España. ¿A que sí?
martes, 15 de mayo de 2012
martes, 1 de mayo de 2012
Algo ligerito para desengrasar: ¿Número Uno?
No, no se trata del plato combinado número uno de esos restaurantes turísticos de los que a veces echamos mano cuando salimos de escapada un fin de semana. Lo que ocurre es que, mirando las últimas entradas que he escrito en el blog, me he dado cuenta de que puede me haya puesto demasiado trascendental. Teniendo en cuenta la que está cayendo, la verdad, no me quedaba otra. Y aún se me han enganchado en el tintero la Evita-Bótox Kirchner y el Evito Morales, sacando los pies del tiesto los dos.
Pero ya esta bien, vamos a cambiar un poco de tercio. Y es que, aprovechando que hoy es día festivo y que a las manifestaciones del primero de mayo parece que ya no van ni los sindicalistas, ayer me permití el lujo de trasnochar. Lo más apetecible habría sido trasnochar como hay que hacerlo, saliendo por ahí. Pero no, mi catarro primaveral me había dejado con bastante mal cuerpo y decidí tumbarme en el sofá con mi descafeinado caliente y ver... "El número uno", el programa de Antena 3.
Lo cierto es que desde el "Operación Triunfo" de Bisbal, Chenoa y compañía no he vuelto a ver ningún programa de "talentos". Sé que rondan o han rondado por ahí "Fama", "Tú sí que vales", "Supermodelo",... pero no he visto ni una entrega de esos programas. De "Número Uno" sí, quizá por haber anunciado la presencia de Ana Torroja y Miguel Bosé, que siempre son garantía. Y gracias a ellos he descubierto a Natalia Jiménez, de la que siempre me ha gustado su forma de cantar, pero de la que desconocía su lado pasota y cómico, porque la chica se gasta un buen humor tan enorme como los pendientes que suele llevar. El caso es que vi el primer programa de "Número Uno" hace varias semanas y me gustó (los Vázquez, tanto Paula como Javier, la verdad es que le dan vida a todos los programas que tocan: me alegro mucho de que se haya recuperado a Paula para la televisión, tiene un saber estar y saber hacer que ya quisieran otras).
Ayer me di cuenta de que muchos de los concursantes ya no están. Pero para mi desesperación estaba allí una niña de trece años, creo que dijeron, que cantó mal en el primer programa que había visto y que volvió a cantar mal ayer. No me explico, la verdad, cómo ha durado tanto tiempo. Para colmo, en el "duelo" con el abuelete del concurso a la pobre chica no se le ocurrió otra cosa que cantar una nana... vamos, lo más indicado para demostrar las dotes cantoras de cualquiera que se esté jugando la continuidad en un concurso. La niña es graciosa, por la inocencia y todo ese rollo, pero cantó mal las dos veces que la vi, y me juego lo que sea a que ha sido así cada semana. Mi desacuerdo con Bosé y Bustamante es total, porque defendían a la chica debido a su fragilidad y lo tierno de su infancia (incluso Miguel Bosé, en un arranque de tontería, dijo que quería que siguiera porque "yo también soy padre"). Mucho más cabales me parecieron las tres señoras del jurado, aunque Ana Torroja se pasó tres pueblos con el cuajo de llanto que le dio. Más racionales y sensatas fueron Natalia Jiménez, a la que no le tembló la voz al decir que el señor mayor había cantado mejor, y Mónica Naranjo (circunstancialmente en el programa de ayer, y que no pudo evitar montar su numerito pidiendo perdón a la niña por la decisión que tómó).
Pero lo de la niña fue sólo el final. El programa me gustó porque Paula Vázquez le da ritmo y porque hubo actuaciones memorables, como la de un tal Cayuela (con ese apellido, no sé por qué, sí me he quedado), el tío con más capacidad y estilo de los que desfilan por el programa. Ojalá se quede como Número Uno.
Pero ya esta bien, vamos a cambiar un poco de tercio. Y es que, aprovechando que hoy es día festivo y que a las manifestaciones del primero de mayo parece que ya no van ni los sindicalistas, ayer me permití el lujo de trasnochar. Lo más apetecible habría sido trasnochar como hay que hacerlo, saliendo por ahí. Pero no, mi catarro primaveral me había dejado con bastante mal cuerpo y decidí tumbarme en el sofá con mi descafeinado caliente y ver... "El número uno", el programa de Antena 3.
Lo cierto es que desde el "Operación Triunfo" de Bisbal, Chenoa y compañía no he vuelto a ver ningún programa de "talentos". Sé que rondan o han rondado por ahí "Fama", "Tú sí que vales", "Supermodelo",... pero no he visto ni una entrega de esos programas. De "Número Uno" sí, quizá por haber anunciado la presencia de Ana Torroja y Miguel Bosé, que siempre son garantía. Y gracias a ellos he descubierto a Natalia Jiménez, de la que siempre me ha gustado su forma de cantar, pero de la que desconocía su lado pasota y cómico, porque la chica se gasta un buen humor tan enorme como los pendientes que suele llevar. El caso es que vi el primer programa de "Número Uno" hace varias semanas y me gustó (los Vázquez, tanto Paula como Javier, la verdad es que le dan vida a todos los programas que tocan: me alegro mucho de que se haya recuperado a Paula para la televisión, tiene un saber estar y saber hacer que ya quisieran otras).
Ayer me di cuenta de que muchos de los concursantes ya no están. Pero para mi desesperación estaba allí una niña de trece años, creo que dijeron, que cantó mal en el primer programa que había visto y que volvió a cantar mal ayer. No me explico, la verdad, cómo ha durado tanto tiempo. Para colmo, en el "duelo" con el abuelete del concurso a la pobre chica no se le ocurrió otra cosa que cantar una nana... vamos, lo más indicado para demostrar las dotes cantoras de cualquiera que se esté jugando la continuidad en un concurso. La niña es graciosa, por la inocencia y todo ese rollo, pero cantó mal las dos veces que la vi, y me juego lo que sea a que ha sido así cada semana. Mi desacuerdo con Bosé y Bustamante es total, porque defendían a la chica debido a su fragilidad y lo tierno de su infancia (incluso Miguel Bosé, en un arranque de tontería, dijo que quería que siguiera porque "yo también soy padre"). Mucho más cabales me parecieron las tres señoras del jurado, aunque Ana Torroja se pasó tres pueblos con el cuajo de llanto que le dio. Más racionales y sensatas fueron Natalia Jiménez, a la que no le tembló la voz al decir que el señor mayor había cantado mejor, y Mónica Naranjo (circunstancialmente en el programa de ayer, y que no pudo evitar montar su numerito pidiendo perdón a la niña por la decisión que tómó).
Pero lo de la niña fue sólo el final. El programa me gustó porque Paula Vázquez le da ritmo y porque hubo actuaciones memorables, como la de un tal Cayuela (con ese apellido, no sé por qué, sí me he quedado), el tío con más capacidad y estilo de los que desfilan por el programa. Ojalá se quede como Número Uno.
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