Este año ha pasado un tanto desapercibido, y eso que durante los últimos veranos eran muchos quienes afirmaban echarlo de menos. Sí, este año hemos vuelto a tener posado veraniego de Ana Obregón. Me he enterado de refilón, por la prensa escrita, así que no he tenido ocasión de escuchar los agudos comentarios con los que suele describirse semejante evento. Seguro que recordáis frases como “es ridículo que haga eso, si ya casi tiene sesenta años” o “se va a asfixiar de tanto meter tripa”. Críticas parecidas habrán podido escucharse en programas de televisión en boca de tertulianos que sobrepasan los cien kilos de peso o tertulianas que tenían hijos mayores de edad en la época de Naranjito, pero aún así se atreven a criticar a cualquiera por todo.
Ana Obregón no es santo de mi devoción, aunque le reconozco su gracia. Como personaje público le sobran humos y le faltan saber estar y sentido del humor. Y como artista tampoco es que tenga una carrera muy digna. De hecho, ha quedado en la memoria colectiva por su estilismo perjudicial para la salud oftalmológica ajena y por ser una de las presentadoras de televisión más gritonas.
Todo esto viene a cuento de que, aunque el posado de Ana Obregón roce el ridículo, me duele que no se mida con el mismo rasero a otros personajes, sobre todo si son masculinos. Vamos con un ejemplo.
Hay por ahí un autoproclamado escritor (que no acaba de comprender que escribir es algo más que aporrear un teclado) que ha hecho gala de un atrevimiento mucho más punible, bajo mi criterio, que las poses de la Obregón en las aguas mediterráneas, e incluso que el de Cayetana de Alba. Imaginaos a alguien que es capaz de plantar en la solapa de uno de sus libros una fotografía suya en la que aparece ¡¡con una gorra de béisbol!! Cuando me regalaron el libro y vi semejante esperpento di por supuesto que el caballero en cuestión era calvo. Gracias a internet tardé bien poco en descubrir que, efectivamente, Federico Moccia está bastante calvo. Nada en contra de ese hecho natural que algunos hombres saben convertir en un gran atractivo. Lo que me provoca una sensación cercana a la náusea es el intento inútil por parte de este señor para esconderlo. Mucho meternos con Ana Obregón, pero nadie ha dicho nada de esta foto, que os aseguro es mucho más grave.
Claro, que después de ver la foto me dediqué a leer el libro. Y entonces comprendí por qué Moccia tiene tan poco pudor intentando engañar acerca de su apariencia: es un ente completamente superficial y frívolo. Pude terminar la novela haciendo un esfuerzo de voluntad enorme comparable a la preparación de un examen de fin de carrera, porque “Perdona si te llamo amor” es mala a rabiar. Mala la forma de escribir, mala la puntuación, malas todas las historias innecesarias que introduce, malos los personajes que aparecen y mala cada una de sus seiscientas veintisiete páginas. Le sobran seiscientas. Con las veintisiete restantes habría bastado para narrar la esencia de la novela, si es que tiene esencia.
No voy a hacer un análisis de la novela, porque no es mi especialidad y tampoco es el objetivo de este blog. Pero no puedo dejar de asombrarme ante lo estereotipado de los personajes principales: una joven de diecisiete años con un alma libre que consigue enamorar a un treintañero que se cree profundo y filosófico porque escucha canciones de Lucio Dalla y Robbie Williams. Vamos, que si hubiera puesto también la letra de “Hoy quiero confesar” de Isabel Pantoja hasta habría quedado bien y todo. Es que esas son dos de las referencias culturales más destacadas que puede incluir el pobre Moccia, no llega a más. Se pasa media novela citando letras de canciones pop italianas de los ochenta y los noventa, y títulos de películas como “Armas de mujer”. Lo más sorprende es que todos los personajes se saben las letras y los diálogos de memoria y pueden introducirlos acertadamente en sus conversaciones espontáneas e improvisadas. Su engreimiento llega a cotas tales que se cita a sí mismo. Sí, de verdad, introduce en algunos diálogos títulos de otras novelas suyas. Impensable, vamos.
En el fondo “Perdona si te llamo amor” es un fraude del mismo calibre que la foto del autor que la acompaña. No he quiero, ni quiero, ni querré acercarme de nuevo a ninguna otra novela de este italiano petulante, aunque por desgracia hay mucha gente que sí lo hace a juzgar por las ventas de sus libros. Pues a mí que no me busquen haciendo cola en ningún sitio para que me firme uno de sus libros. Antes de eso prefiero coger mi cámara de fotos y hacer un reportaje fotográfico a mi Ana Obregón que, siendo como es, gana en profundidad y sinceridad al escritor con apellido de máquina de café.
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