lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi amiga lectora, Zozie y mi cartero

Mi amiga, la que compra libros y también los lee (creo que os la he nombrado en alguna otra ocasión), me está volviendo loca y también desconfiada. Hace unos meses leyó (yo me he negado a hacerlo, visto el efecto que ha provocado en ella), una novela de Joanne Harris, titulada “Zapatos de caramelo”. Por si no os suena, os diré que es la  segunda parte de la novela “Chocolat”, de la que Lasse Hallström hizo una magnífica película con Juliette Binoche y Johnny Depp, éste último atractivo como nunca. Pues bien, desde que mi amiga la leyó se ha vuelto más paranoica que el personaje de Mel Gibson en “Conspiración” (sí, la de Richard Donner, de 1997, en la que también aparece una Julia Roberts sin hijos y menos vaga cinematográficamente hablando).
La novela de Harris se inicia con un personaje, Zozie, que logra usurpar la vida de otra persona. En realidad a mí no me parece una tarea nada fácil, pero mi amiga asegura y perjura que es totalmente posible, y pone como ejemplo las artimañas de la tal Zozie para hacerlo. ¿En qué se basa semejante genio del saqueo de la personalidad? En la basura. Pero en la basura en el sentido más amplio de término. Por ejemplo: ¿qué hacemos con el folleto que nos envía la óptica en la que adquirimos nuestras últimas lentillas, folleto que llega a nuestro buzón porque facilitamos nuestro nombre y dirección al establecimiento en cuestión? ¿Y con esos inútiles extractos bancarios que nos envían Rodrigo Rato y compañía, cuando ya estamos totalmente acostumbrados a comprobar nuestro estado financiero por medio de Internet? ¿Y con los números atrasados de las revistas y publicaciones a las que estamos suscritos, que nos vienen con una pegatina imposible de arrancar, en la que figuran también nuestros datos? A la basura. Todos esos documentos y papeles van a la basura, todo el mundo los tira a la basura. Todo el mundo, menos mi amiga, la lectora. Es que ella los quema, uno por uno, en el fregadero de su cocina. Debe de ser que mi amiga se aburre un bastante, porque yo no podría, ni queriendo, dedicar mi tiempo a semejante tarea. Pero a ella le puede el miedo a dejar huellas y datos sobre su vida. Resulta que el personaje de “Zapatos de caramelo” estudia y analiza todo este tipo de información para suplantar, en el mejor de los casos, a alguien que ha abandonado un domicilio o que supuestamente ha fallecido. De esa forma, con el estudio de su basura documental, reconstruye a una persona que ya no existe, y la suplanta. Y si se puede hacer eso con alguien ya fallecido, ¿no se podría hacer también con alguien que sí existe?
Estoy de acuerdo con vosotros, a mí también me parecía toda esta historia un poco exagerada. Un poco exagerada no, muy exagerada. Hasta que me paré a reflexionar sobre qué hago yo con todo este tipo de publicidad o correspondencia: la reciclo. Es decir, la deposito, casi intacta, en el contenedor de papel para reciclar. Después, la verdad, siento terror cuando mi amiga empieza a enumerar las altas probabilidades que hay que de ese papel lo recoja alquien no recomendable, o de que algún papel se vaya volando y llegue a manos indebidas.
En conclusión, que la paranoia de mi amiga está consiguiendo que mire con ojos distintos a un ser totalmente afable como es mi cartero. No quiero decir que lo vea como un símbolo sexual ni que me atraiga lo más mínimo en ese sentido; cuarentón avanzado, según mis cálculos, el señor cartero no está mal. Pero no, dejad de frotaros las manos, que no hay nada de eso. Si fuera así habría escogido como referencia cinematográfica más adecuada el revolcón de Jack Nicholson y Jessica Lange sobre la mesa de la cocina en la película de  Bob Rafelson (1981). El problema, habida cuenta de las historias de Zozie y de mi amiga, es que mi cartero me da casi más miedo que Rubalcaba. Lo cierto es que me conoce demasiado. Como mis tres seguidores en el blog, y algún lector más (¡espero!), habrán deducido por lo que suelo contar, soy una persona discreta al máximo con mi vida personal. Por eso me da cierta aprensión (¿he utilizado ya el término “miedo”?) que mis datos y un montón de información referida a mí esté en sus manos. No voy a caer en la neurosis, por supuesto que no, sólo espero que mi cartero nunca llame dos veces...

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