miércoles, 16 de marzo de 2011

¡Viva el sacrificio inútil!

No creo exactamente en la inspiración pero, por si acaso, tengo una libreta en la que voy anotando algunos pensamientos que después me sirven para escribir este blog. Algunas veces esas ideas me vienen por lo veo o lo que oigo; de hecho, tengo algunos amigos que, cuando nos reunimos, se muestran reacios a opinar por temor a que después pueda utilizar en mi blog lo que dicen (¡como si una fuera a utilizar los pareceres de cualquiera para inspirarse!). El caso es que como ya vamos avanzando en la edad, más me vale tener mi cuadernillo a mano para plasmar, en dos líneas, el boceto de lo que más tarde puede convertirse en esto que estás leyendo ahora. De hecho, en este mismo instante, de un solo vistazo, os podría anunciar algunas de las próximas entradas. Lo que ocurre es que, de igual manera que una reflexión puede parecer interesante o divertida en un momento, es perfectamente posible que poco después deje de ser considerada así. Y, entonces, un gran tachón cubre esas dos líneas garabateadas en la libreta.
Una de las ideas que tenía anotadas para escribir está relacionada con Japón. No, no es oportunismo, así que no voy a escribir ni sobre la energía nuclear ni sobre los tsunamis. Es que la pareja de una de mis amigas es japonesa. Sí, su chico es nipón. Y no, no voy a entrar en esos detalles que estáis pensando ahora. El caso es que por medio de esta amiga he tenido la oportunidad de acercarme un poco a esta cultura oriental, con sus elementos positivos (¡me encanta el curry japonés, tan diferente del hindú) y sus elementos menos positivos (eso del pescado crudo queda muy chic, pero ¡¡está crudo!!).
Como desgraciadamente Japón está siendo noticia estos días, la verdad, resulta complicado no relacionar lo que quiero escribir con alguna de las informaciones que se han publicado. En concreto, hace uno o dos días el periódico EL MUNDO analizó bajo el siguiente titular la forma de actuar de los japoneses ante la desgracia que están viviendo: “¿Por qué no lloran los japoneses?”.Pues bien, la anotación en mi libreta iba más o menos en esa dirección, en un tono mucho más ligero, claro, ya me vais conociendo (por lo menos tú, único seguidor de “elblogdelgantepuntoblogspotpuntocom”).
En la primera parte de las aventuras de Bridget Jones (no me he vuelto loca, os aseguro que esto tiene que ver con el tema que estoy tratando) se alude al primer matrimonio del personaje interpretado por Colin Firth (¡¡magnífico actor, hoy más reconocido que nunca por ese Oscar!!), que ha estado casado con una mujer japonesa. El motivo del divorcio de este personaje no fue otro que encontrar a su esposa nipona retozando alegre y sexualmente sobre la alfombra con el personaje interpretado por Hugh Grant (por cierto, qué mal gusto el de la tal japonesa, dejar a mister Firth por esa caricatura de hombre que es Hughie…). La madre de Bridget, cuando se entera de ese incidente, comenta de las mujeres japonesas que son una “raza cruel”. Y ya hemos llegado a la segunda conclusión que nos deja este análisis: los japoneses no lloran, y las japonesas son una raza cruel.
El tercer apunte tiene que ver, de nuevo, con mi amiga y su novio japonés. Llevan mucho tiempo juntos, y son envidiablemente felices. Tienen un hijo, Takuya, de cinco años (guapísimo, ¡qué peligro va a tener en diez años!). Y cada sábado mi amiga y su novio, que viven en la Comunidad de Madrid, pero no cerca de la A6, cogen el coche y se plantan en Majadahonda a las 9:00 de la mañana. ¿Por qué? Pues porque allí se encuentra el Colegio Japonés de Madrid. Este centro, los sábados, ofrece un curso complementario al que acuden, sobre todo, hijos de matrimonios o parejas hispano-japonesas. De esa forma, los pequeños-semi-nipones tienen la oportunidad de aprender y practicar el idioma japonés y, también, de acercarse y profundizar en la cultura de su medio-país. Un objetivo muy loable. Muy loable, pero que cabrea de mala manera a mi amiga y a su novio. Los dos trabajan de lunes a viernes, levantándose a las 6:30 h., como tantos otros humanos. Y cuando llega el sábado, día de descanso para ellos, tienen que volver a hacerlo. Además tienen que despertar y preparar al pobre Takuya que, medio dormido, desayuna en el coche para no llegar tarde a su Colegio Japonés de Madrid. Mi amiga y su novio, junto a otro montón de padres, han pedido al colegio que retrase una hora, nada más que una hora, el horario de las clases. Pero no. Parece que no es posible realizar un cambio tan sustancial en la vida académica de esa magna institución (regida por un comité de marujas japonesas, porque hay personajes y conceptos tan universales que traspasan fronteras).
Recopilemos: los japoneses no lloran (EL MUNDO), las japonesas son una raza cruel (Bridget Jones) y viva el sacrificio inútil (Colegio Japonés de Madrid).
Con todo esto no he querido faltar al respeto al pueblo japonés, al que admiro en muchos aspectos y que nos está dando unas lecciones de civismo únicas. Sólo he querido unir algunos apuntes sobre lo que voy conociendo de esta cultura. Y, lo más importante quizá, aprovechar estas líneas finales para mostrarles mi total solidaridad ante su situación y mi confianza en que van a sobreponerse, sin duda, a esta fatalidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario