jueves, 2 de diciembre de 2010

Se acabó el pastel

Siempre me ha gustado Meryl Streep. Hasta cierto punto, dejando a un lado sus increíbles dotes como actriz, puede que me sienta identificada con ella. Por supuesto que me gustaría más sentirme identificada con Michelle Pfeiffer, pero entre esta rubia y yo hay un abismo, no serviría de nada negarlo. No creo que Meryl Streep haya sido nunca una mujer guapa ni sexy ni atractiva, pero sí que tiene la capacidad de parecer guapa, sexy y atractiva ("La muerte os sienta tan bien", "Vida y amores de una diablesa", "La decisión de Sophie",...). Por esa línea ando yo. No voy a tirar piedras sobre mi propio tejado diciendo que soy un adefesio, porque para nada sería cierto. Pero sí es verdad que conozco a más de una que es más guapa, sexy y atractiva que yo. No obstante, haciendo honor a la realidad, debo reconocer que tengo la capacidad, como Meryl, de simular que soy guapa y atractiva (lo de sexy ya es más subjetivo, aunque de vez en cuando lo intento, claro).
El hecho es que Meryl Streep me parece una actriz estupenda y una gran mujer. Soy aficionada al cine y, desde muy jovencita, he seguido su carrera, como la de tantos otros actores y directores. Pero con Meryl Streep hay algo especial, quizá porque ha interpretado a mujeres tan dispares que resulta imposible no sentirse cerca de alguno de sus personajes. Sus cimas, en mi opinión, "Mamma Mia", "Memorias de África", "Los puentes de Madison", "Enamorarse", "El diablo se viste de Prada", "Postales desde el filo" y... "Se acabó el pastel".
Y es ésta última precisamente la que elegí anoche para volver a visonar. La vi cuando la estrenaron en el cine, en 1986. Por aquel entonces, os aseguro, mi corazón no había sufrido tanto como el de Raquel, el personaje central de la película. Y pese a esa diferencia de edad y vivencias entre Raquel y yo, me fascinó la forma como prepara el pastel que da título a la película y lo arroja al rostro de Jack Nicholson (sin duda otro de mis grandes del cine, aunque también me queda lejos cronológicamente, no os vayáis a pensar...). Hay escenas estupendas en esta obra de Mike Nichols, como las dudas de Raquel justo antes de su boda, vestida ya de novia y con los invitados esperando; o las canciones que entonan ella y Mark (el personaje de Nicholson) cuando le comunica que van a ser padres; y sobre todo la escena en la peluquería cuando Raquel, escuchando la conversación de una peluquera que le explica a otra los indicios por los que ha descubierto que su marido le es infiel, asocia ideas y llega a la terrible conclusión de que su Mark también la está engañando.
Si no habéis visto esta película, vedla. Y  si ya la conocéis, volved a verla. Pasaréis un buen rato y os daréis cuenta de que hubo un tiempo en el que no todo estaba bien ni era correcto, un tiempo en el que no se podía aceptar todo a cualquier precio, ni todo era absolutamente relativo. Cualquier tiempo pasado... ¿fue mejor?

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